El movimiento ecuménico

El Papa Juan XXIII (1958-1963), así como su sucesor Pablo VI, han hecho mucho para fomentar la tolerancia y un mayor acercamiento entre católicos y protestantes, como resultado, el ambiente ha venido cambiando en los últimos años. Se promueve la cooperación en proyectos de ayuda social entre católicos, protestantes y judíos y se celebran diálogos entre sacerdotes, pastores y rabinos para lograr un mejor entendimiento en los puntos doctrinales.

En vez de mirar a los protestantes como herejes, ya se les considera hermanos separados y se hace lo posible para hacerlos volver al redil. El Papa Juan XXIII inició una campaña para modernizar la iglesia en el sentido de ayudarla a hacer frente a los problemas existentes y cumplir su misión cristiana de una manera eficaz (hablamos de problemas del siglo XX). Dio un paso radical cuando empezó a recomendarles la lectura bíblica a los laicos, cosa que había prohibido o desaconsejado por muchos siglos.

Convocó para el año 1962 el Concilio Ecuménico Vaticano II. Un concilio ecuménico es una convocación de los obispos y teólogos de la iglesia de todas partes del mundo, para considerar la acción que la iglesia debe tomar en asuntos de mayor importancia y para aprobar las doctrinas oficiales. El primer concilio se había celebrado en Nicea en el año 325 D.C. y el último había sido el Concilio Vaticano I en el año 1870, durante el cual se promulgó el dogma de la infalibilidad del Papa en sus pronunciamientos oficiales.

El Concilio Vaticano II fue diferente a los demás porque el Papa invitó a los dirigentes de otras iglesias a asistir como observadores. Entre los que aceptaron la invitación estaban representantes de las iglesias orientales ortodoxas y de muchas denominaciones protestantes.

El Concilio se estuvo reuniendo a razón de tres sesiones anuales, desde 1962 hasta 1964. Después del fallecimiento de Juan XXIII, el nuevo Papa Pablo VI, presidió las dos sesiones finales.

Los 2300 obispos y el Papa estaban dispuestos a adoptar al momento algunas de las costumbres y actitudes de la iglesia para aprovechar mejor las oportunidades de servicio en el siglo XX.

Entre las decisiones principales del concilio se hallaban las siguientes:

  1. Los obispos deben participar con el Papa en el gobierno universal de los fieles y hombres casados de edad madura, ordenados como diáconos, podrán desempeñar muchas funciones litúrgicas, tales como la predicación del evangelio y la distribución de la Santa Comunión.
  2. Se debe buscar la unión cristiana y se reconoce que el Espíritu Santo está obrando entre los cristianos no católicos tal como obra en la iglesia católica.
  3. Deben gozar de amplia autonomía los grupos no latinos de católicos romanos, cuyos ritos orientales son similares a los de las iglesias ortodoxas. Se deben reconocer como válidos los matrimonios celebrados por los sacerdotes ortodoxos entre los católicos de los ritos orientales y los ortodoxos.
  4. Se debe condenar el antisemitismo, reconociendo que ni los judíos de hoy ni todos los judíos de la época de Cristo han sido culpables de su muerte.
  5. Se deben reconocer los amplios valores espirituales que hay en muchas religiones no cristianas, judaísmo, budismo, mahometismo y Brahmanismo.
  6. Se aplica a la virgen María el nuevo título oficial de madre de la iglesia.

Como resultado de las deliberaciones del concilio y de acuerdo con el espíritu general de modernización, han surgido algunos cambios en las costumbres. Uno ha sido el permiso de celebrar los ritos de la Iglesia en el idioma del pueblo en lugar del latín. Otro ha sido la modificación de los hábitos usados por las monjas para hacerlos más apropiados al trabajo que ellas desempeñan en la sociedad actual. Como parte de este movimiento de modernización, en 1967 se eximió a todos los católicos de la obligación de abstenerse de carne los viernes de vigilia.

Entre otros asuntos que siguen debatiéndose están el divorcio, el uso de los anticonceptivos en casos especiales y la posibilidad del matrimonio para el clero. Se han celebrado unas reuniones históricas entre el obispo de Canterbury, autoridad suprema de la iglesia anglicana (de Inglaterra) y el Papa. Entre las iglesias protestantes, la anglicana es la que menos se ha separado de la romana en sus formas, siendo más político que doctrinal el motivo de la división. El acercamiento obtenido en el movimiento ecuménico y en las conversaciones entre los dirigentes, ha aumentado las esperanzas católicas de que la iglesia anglicana vuelva al seno de la romana.

Mientras hay muchos dirigentes protestantes que muestran gran entusiasmo en el acercamiento a la unión cristiana, los evangélicos observan que las concesiones hechas por la iglesia católico-romana no significan ningún cambio con respecto al culto a las imágenes y otros puntos doctrinales que violan las enseñanzas bíblicas. Dan gracias a Dios por el aumento en la libertad religiosa y por la lectura bíblica que está causando la salvación genuina de muchos católicos, pero a la vez consideran que tienen que contender ardientemente por la fe una vez dada a los santos.

La historia de la iglesia católica sirve para amonestarnos con respecto a ciertas tendencias peligrosas para cualquier iglesia. La primera de éstas es el decaimiento espiritual en la pendiente peligrosa de la popularidad. La recepción de personas no convertidas como miembros en el seno de la iglesia, fue la que lanzó a la iglesia romana desenfrenadamente hacia el paganismo. Tengamos cuidado con acomodar el mensaje a los miembros, en vez de que se transformen los miembros con el mensaje.

El sistema de aceptar la tradición de la iglesia como doctrina oficial, no se limita al catolicismo. Muchos predicadores han puesto más énfasis en los pormenores de las costumbres de su iglesia que en las enseñanzas básicas de la Santa Palabra de Dios. El Señor Jesús, culpó a los fariseos por tal cosa diciendo: “así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición… enseñando doctrinas y mandamientos de hombre” (Mateo 15.6, 9).

Cristo el Señor es el único camino. No pueden ser Cristo y la virgen. Tampoco pueden ser Cristo y las buenas obras; o Cristo y las normas de la iglesia. Tengámoslo presente siempre. Somos justificados por la fe en Cristo solamente. Por medio de Él “acerquémonos pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 10.16).

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