Cuando una persona acepta a Cristo en su corazón y se convierte y deja su pecado, este cambio se llama nacer otra vez; cuando Nicodemo visitó al Señor Jesús porque quería saber cómo llegar al cielo, “Respondió Jesús y díjole:
De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios. Dícele Nicodemo: ¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? ¿puede entrar otra vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3. 3-5).
Aceptar a Jesucristo significa salvación y vida eterna. Y así como Nicodemo no entendió cuando Jesús le habló de la necesidad de nacer otra vez, los hombres hoy en día tampoco comprenden este concepto.
Es el Espíritu Santo quien pone fe en el hombre como el principio de la Nueva Vida. Es sólo por la fe que el Espíritu Santo despierta en el corazón, que un hombre pueda reconocer a Cristo como su Salvador: La Salvación sólo puede ser efectiva y verdadera para el hombre que tiene fe (Romanos 5.1; Efesios 2.8,9). Lo segundo que hace el Espíritu Santo es unirnos a Cristo por medio de nuestro llamamiento eficaz. La unión espiritual con Cristo es indispensable y sólo el Espíritu Santo tiene el poder de hacerlo por medio de este llamamiento eficaz que consiste en convencernos de nuestro pecado y de nuestra miseria, ilustrando nuestras mentes con el conocimiento de Cristo y renovando nuestras voluntades, que se compara con un Nuevo Nacimiento. Cambiar una voluntad que siempre está dispuesta a lo malo, inclinándola ahora a lo que es justo, limpio y santo, quitando un corazón de piedra y dando un corazón de carne. Esta renovación es el resultado del lavamiento espiritual que el Espíritu Santo hace con la sangre de Cristo.
Dejemos que el Espíritu Santo obre en nuestros corazones para que Él haga la obra y la continúe.