Nuestro Dios en su soberanía tiene el control absoluto de todas las cosas, por lo que no hay evento que escape a su control o conocimiento, por lo que estamos seguros que Dios permite que tengamos tribulaciones, persecuciones, angustias, aflicciones, etc., obviamente con un propósito. El apóstol Pablo en Filipenses 4.7, nos dice:
Y la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros entendimientos en Cristo Jesús.
Esa paz que es incomparable y que sobrepasa el entendimiento humano. Pablo nos dice que la paz de Dios es diferente a la forma en que el mundo entiende la paz, para el mundo la paz es la ausencia de problemas y dificultades en la vida, para el creyente en Jesucristo la paz tiene un significado diferente, la paz es tranquilidad y confianza que sólo Dios da aún en momentos muy difíciles, es decir, la paz del creyente no depende de la ausencia de dificultades, sino de la presencia de Cristo en su corazón, aferrándose a sus promesas.
¿Qué significa perdonar? La palabra perdonar (griego: afiemi) significa, entre otros, dejar ir o abandonar. Lo que debemos hacer con cualquier animadversión, sentimientos de rencor o venganza hacia quienes han cometido alguna falta contra nosotros, para que nuestros pecados sean perdonados. En otras palabras, dejar que aquellas cosas se vayan. ¡No albergue amargura o un deseo de venganza contra aquellos que le han herido! Recuerde, la venganza es de Dios, permita que él recompense, Romanos 12.19 dice:
No os venguéis vosotros mismos, amados míos; antes dad lugar a la ira; porque escrito está: Mía es la venganza: yo pagaré, dice el Señor.
Perdonar a otros es tan importante como obtener el perdón de nuestros propios pecados, pues sin lo primero no ocurre lo segundo tampoco, de acuerdo al Señor Jesús. No es tan fácil llegar al perdón, pero no imposible. Deshacernos de la carga emocional y del dolor que nos causan las heridas de quienes nos han decepcionado, traicionado o herido, no tiene precio. El que perdones no implica el abandonar la búsqueda de la justicia, ni dejar de defender tus derechos, perdonar proveerá en tu vida un desahogo emocional, e implicará que sigas avanzando en otros ámbitos de interés en tu vida, de tus objetivos y valores.
Cuando por las circunstancias no concedemos el perdón a quien o a quienes nos ofenden, en nuestro corazón nacerá la AMARGURA, la cual significa: aflicción, sinsabor, disgusto, pesadumbre, melancolía… y se origina cuando se recibe una ofensa y no se perdona, porque la ofensa se transforma en IRA. Posteriormente la IRA se traduce en RESENTIMIENTO. Y el RESENTIMIENTO da lugar a la AMARGURA. Si la amargura no es eliminada, dará paso a la DEPRESIÓN (profunda tristeza, decaimiento anímico, baja autoestima, pérdida de interés por la vida). Por tal razón la Biblia, como el manual de vida, nos invita a perdonar cuando hemos recibido una ofensa. La Biblia dice en Mateo 18. 21,22:
Entonces Pedro, llegándose a Él, dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que pecare contra mí? ¿hasta siete? Jesús le dice: No te digo hasta siete, mas aun hasta setenta veces siete.
Así también el apóstol Pablo escribió en su epístola a los Efesios 4.31,32 lo siguiente:
Toda amargura, y enojó, e ira, y voces, y maledicencia sea quitada de vosotros, y toda malicia: Antes sed los unos con los otros benignos, misericordiosos, perdónandoos los unos a los otros, como también Dios os perdonó en Cristo.
La amargura es VENENO para el alma y su consecuencia es grave porque nos separa de Dios. Esta advertencia es clara y la encontramos en la epístola a los Hebreos 12.15
Mirando bien que ninguno se aparte de la gracia de Dios, que ninguna raíz de amargura brotando os impida, y por ella muchos sean contaminados.
Esta raíz de amargura no sólo contamina a la persona que la lleva, sino a todos aquellos que lo rodean. La amargura transforma completamente el carácter de una persona, encontrándose en ella: Dureza, severidad, rencor y odio, y por lo tanto no es posible que su rostro, su corazón, su alma, todo su ser, reflejen la paz de Jesucristo. La persona afectada por la amargura es insensible a las heridas que está causando a los demás, a través de sus palabras, acciones y actitudes. Es una persona encerrada en sí misma, la influyen sentimientos egocéntricos y no considera los sentimientos y necesidades de los demás. Este endurecimiento del alma lleva la persona a perder la capacidad de sentir y el alma que no siente está muerta.
El perdón libera al ofensor de todo lo que debe. El amor cristiano manifestado, libera a la persona ofendida del peso del dolor. El verdadero cristiano, sabe que perdonar es la voluntad de Dios y que si perdona, Dios lo llenará de su Amor para que pueda compartirlo con el ofensor. ¿Cómo saber si hemos verdaderamente perdonado?
1. Cuando no sentimos más enojo, ni rencor al reencontrarnos con aquel o aquellos que nos han ofendido.
2. Cuando todo sentimiento de culpabilidad por aquello que pasó ha desaparecido.
3. El regreso a tus actividades … a aquellas que dejaste por causa de esa ofensa.
¡Libera y perdona a quien te ha ofendido y Dios te liberará de la herida!