…Ve Juan a Jesús que venía a él, y dice: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. …Con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación. Juan 1.29; 1 Pedro 1.19
Jesucristo es el Salvador. No vino a la tierra para hacerse conquistador, filósofo, maestro o un maestro de moral. Vino a salvar a los pecadores. Vino a hacer por el hombre lo que éste no podía hacer por si mismo, lo que no se puede obtener con el dinero o con la ciencia. Vino a quitar el pecado, no hizo meros anuncios de perdón y misericordia; sino que tomó sobre sí nuestros pecados y nos libró de ellos.
No dio su vida en la cruz como cordero (manso, humilde, sin abrir la boca) para pagar con su preciosa sangre no sólo por los judíos, sino también por los gentiles. No sufrió sólo por unas pocas personas, sino por toda la humanidad que le acepte como único y suficiente Salvador. El pago que hizo en la cruz fue más que suficiente para cubrir el precio de todos. La sangre que derramó tenía virtud para lavar los pecados de todos, pero sólo es efectiva para los que creen.
Cuando meditemos en Cristo, considerémoslo primero como el CORDERO DE DIOS: como Maestro, aprendamos y sirvámosle fielmente; como Rey, obedezcámosle fielmente; como Profeta, estudiemos y aceptemos sus preceptos; como Redentor, estemos agradecidos y anhelemos su segunda venida. Pero, sobre todo, como víctima del sacrificio ensalzémosle, sin olvidar que por Él, somos libres del infierno. Amén.