Hijitos míos, estas cosas os escribo, para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre a Jesucristo el justo. 1ª Juan 2.1
La intercesión de Cristo es nuestro antídoto contra el pecado mientras caminamos en la luz: pues para conocer a Dios debemos guardar sus mandamientos y amar a los hermanos y no amar al mundo. HIJITOS MÍOS, el diminutivo expresa el tierno afecto de un pastor anciano y padre espiritual. Mi propósito en escribir lo que acabo de escribir no es para que abuséis de ellos como si dieran licencia para pecar, sino al contrario, para que no pequéis en absoluto. A fin de andar en la luz, el primer paso es la confesión del pecado. El segundo, el deber de abandonar todo pecado.
El propósito divino tiene por fin, tanto evitar la comisión del pecado, como destruir el pecado. Además, si alguno peca, mientras que le aborrece y le condena, no tema en acudir enseguida a Dios el Juez para confesarlo, porque tenemos un abogado para con Él. Está hablando de los pecados ocasionales del creyente, de debilidad a causa del engaño y malicia de Satanás. Todos estamos expuestos al peligro de pecar, aunque no necesariamente constreñidos a pecar.
La intercesión es la bendición de la familia de Dios; concede otras bendiciones a buenos y a malos, pero la justificación, la santificación, la continua intercesión y la paz, las da solamente a sus hijos. Tenemos un abogado. Cristo es nuestro intercesor en el cielo, y en su ausencia, acá en la tierra, el Espíritu Santo es el otro intercesor en nosotros.