Y cualquiera que tiene esta esperanza en Él, se purifica, como Él también es limpio. 1ª Juan 3.3
Las marcas distintivas de los hijos de Dios y de los hijos del Diablo. El amor fraternal es la esencia de la verdadera justicia. Por el Espíritu de Cristo en nosotros, nos purificamos, no por nosotros mismos sino por aquel que viene a morar en nosotros. El pecado es incompatible con el nuevo nacimiento en Dios (Juan 3.1-3). El Apóstol Juan ha enseñado que el nacimiento en Dios comprende la purificación de uno, ahora demuestra que donde hay pecado, es decir, la falta de esta purificación, allí tampoco hay tal nacimiento de Dios. La ley de Dios es pureza; demostrando que uno no tiene tal esperanza de ser más adelante puro como Dios es puro y que por lo tanto no ha nacido de Dios. Por la ley es el conocimiento del pecado. Lo torcido de una línea queda revelado cuando se le yuxtapone una regla recta.
Y sabéis que Él apareció para quitar nuestros pecados y no hay pecado en Él.
Más prueba de la incompatibilidad del pecado y la filiación divina; la misma finalidad de la manifestación de Cristo en la carne fue para quitar todos los pecados y no hay pecado en Él. Él es justo, Él es puro, Así pues le hemos de ser también nosotros. Razonemos acerca de la entera separación de Cristo del pecado, que los que están en Él, deben también estar separados de aquel. Permanezcamos como el pámpano en la vid, por la vital unión con la vida de aquel que por su grande amor con que nos amó al venir al mundo, nos guía, guarda y conduce para que nuestros frutos sean del agrado de nuestro Padre.