La palabra “alabanza” proviene del latín que significa “valorar” o “apreciar”. Entonces “alabar a Dios” es proclamar su mérito o valor: ”
Así que, ofrezcamos por medio de él a Dios siempre sacrificio de alabanza, es a saber, fruto de labios que confiesen a su nombre. Y de hacer bien y de la comunicación no os olvidéis: porque de tales sacrificios se agrada Dios. Hebreos 13. 15,16
Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro racional culto. Romanos 12.1. El pueblo judío tenía que ofrecer sacrificio de animales indicados por Dios para el perdón de sus pecados. Ahora tenemos el deber de ofrecer sacrificios espirituales, pues el único sacrificio corporal, necesario para expiación de los pecados, fue ofrecido en la cruz del Calvario, es cierto que el cristiano debe ofrecer su cuerpo en santificación y en servicio al Señor y al prójimo.
El sacrificio (el culto o el momento) de alabanza a Dios, el cual, como la gratitud, debiera ser una actitud y práctica continua. La alabanza a Dios se la debemos dar por su poder, sabiduría, bendiciones y porque nos rescató del infierno, es decir, gratitud a Cristo por su sacrificio en la cruz, valorando, apreciando y proclamándolo a otros.
Uno de los riesgos del creyente es dedicarse tanto a Dios que no le quede tiempo para ocuparse del prójimo, incluso del prójimo más cercano, esposo, esposa, hijos, etc., el alabar a Dios no nos libera de las buenas obras.
La alabanza a Dios debe ser espiritual, de corazón y ordenada; no de labios solamente, ni hacer espectáculos para el agrado humano porque el Señor dice: “Empero hágase todo decentemente y con orden” 1a Corintios 14.40, por eso es oportuno hacer una pausa para revisar cómo estamos alabando a Dios como Iglesia y como hijos de Él de manera personal, para que tengamos como meta: “Alabaré a Jehová en mi vida: Cantaré salmos a mi Dios mientras viviere” Salmo 146.2. Amén.