Aún quienes no conocen a Dios piensan que pueden comunicarse con Él y echan mano de su sinceridad, sus obras, su necesidad, pero no es nada de esto lo que permite que la oración sea escuchada. Insisto que orar es nuestro privilegio porque sólo aquellos que tienen al Espíritu de Dios, cuentan con su ayuda para orar. ¿Se da cuenta? Sólo la comunión del cristiano con el Espíritu de Dios, basada en la unión del creyente con Cristo y expresada hacia Dios Padre es la sustancia de la oración. Es decir que de las miles de millones de personas que supuestamente oran, sólo los hijos de Dios acceden ante el trono de Dios.
Nuestra Iglesia enfatiza que ningún mero hombre puede constituirse como sacerdote para ser mediador entre Dios y el pecador, pero nos hace falta enfatizar que si bien ningún mortal puede adjudicarse este ministerio, es necesario un Mediador. Pensemos más en Cristo como nuestro Sacerdote. Como aquel que hace posible nuestra reconciliación con el Padre y reconozcamos este Gran Sacerdote que se nos presenta en Cristo.
Para terminar la reflexión sobre la Oración del Señor, consideremos la sexta petición.
Y no nos metas en tentación, mas líbranos del malo.
Dios puede ordenar los sucesos de manera que por un tiempo permita que nos veamos cautivos por las tentaciones (Catecismo Mayor de Westiminster, pr. 195). Satanás, el mundo y la carne son poderosos para alejarnos de Dios, además de que debido a nuestra debilidad y corrupción nos exponemos a las tentaciones. Dios quiera que con sinceridad, al rogarle que nos libre del malo, recapacitemos sobre las ocasiones en que caemos y nos permita ver que en muchas ocasiones somos nosotros mismos los que en lugar de evitar las tentaciones, corremos hacia ellas.