Esta historia es acerca de escalones, unos escalones muy especiales. Ellos nos llevarían a la Basílica de San Juan de Letrán en Roma, la catedral original del obispo de Roma antes de la basílica de San Pedro, es decir, del Papa. Llegaremos a esos escalones en unos momentos, pero primero un poco de historia.
La Basílica de San Juan de Letrán fue construida sobre un fuerte militar que data del año 193 antes de Cristo. Después de la batalla del puente del Puente Milvio (312 D.C.), el fuerte fue demolido por las tropas del emperador Constantino y algunos años después, Constantino donó estos terrenos al obispo de Roma.
Una de las muchas maravillas de este edificio es un obelisco egipcio que se colocó en la plaza afuera de la iglesia. El obelisco estuvo originalmente en el templo de Karnak en Tebas, Egipto y fue construido por el faraón Thutmosis IV. Constantino lo reclamó para el imperio romano cuando estaba en sus viajes a través de Egipto y mandó que lo enviasen a Roma. De hecho, su orden había sido que lo enviaran a Constantinopla (Turquía) pero su hijo no estaba poniendo mucha atención cuando se le dieron las órdenes y en lugar de ir a Constantinopla con sus 455 toneladas fue enviado a Roma. En los años 350, se erigió a las afueras del Circus Maximus, y a través de los siglos se fue hundiendo lentamente hasta que fue trasladado en 1588 enfrente de la Basílica de Letrán.
Esta iglesia también tiene un grupo de esculturas muy significativo que representa a los doce apóstoles, también tiene una estatua de Moisés con cuernos saliendo de su cabeza. Esta representación en particular se debe a un error de traducción de Jerónimo (342 D.C), quien compiló la Vulgata Latina. Mientras Moisés bajaba de la montaña después de recibir los Diez Mandamientos, el texto dice que el rostro de Moisés brillaba (Éxodo 34.29). Jerónimo interpretó erróneamente la palabra hebrea y en su lugar lo tradujo diciendo que Moisés tenía cuernos. Así que, a través del Renacimiento y de la edad Media, muchas representaciones de Moisés lo muestran con cuernos.
Pero la pieza más interesante en San Juan de Letrán son los escalones llamados “Scala Santa” o bien “La Escalera Santa”. Estos son los escalones del palacio de Pilato que Jesús subió cuando se dirigía a ser juzgado en la víspera de la muerte del Señor. La madre de Constantino, Helena, era una muy devota cristiana, y Constantino puso a su disposición considerables recursos, así que ordenó que se deshiciera la escalera piedra por piedra, se etiquetara y se enviara desde Jerusalem hasta Roma para ser reconstruidos en la basílica de San Juan de Letrán.
Cuando Lutero hizo su peregrinaje como monje agustino a Roma en 1510 (7 años antes de la Reforma) él fue a San Juan de Letrán, la actual Basílica de San Pedro, comenzaba a construirse. Eventualmente, la atención de los viajeros pasó del edificio de San Juan de Letrán a la Basílica de San Pedro, pero en los días de Lutero, el edificio central era San Juan de Letrán.
Así que Lutero, como todos los peregrinos que venían a Roma, y todos los viajeros que habían venido en los siglos anteriores se arrodillaban al inicio de la escalera y comenzaban a subir una y otra vez de rodillas por la escalera, insisto: de rodillas. Se decía que en ciertos escalones incluso se podía ver algunas gotas de sangre del Señor y que si se detenía en ese escalón en particular y rezaba un rosario, se le descontaban al viajero una cierta cantidad de años en el purgatorio o se lo podían descontar a alguno de sus familiares muertos. Pero, Lutero no tuvo la misma sensación cuando acabó de subir de rodillas la escalera. En lugar de sentir alivio o regocijo, estaba profundamente decepcionado con la Iglesia Católico Romana, y todo lo que pudo hacer fue simplemente murmurar para sí mismo:
¿Y quién sabe si esto es verdad?
Pero la historia de Lutero no termina ahí, por gracia de Dios. En los años posteriores se levantará contra la Iglesia de Roma y recibirá la seguridad de su salvación que ni él, ni las multitudes de peregrinos lograron por subir de rodilla los escalones de San Juan de Letrán, sino sólo por la fe en Cristo, nuestro único y suficiente Salvador.