Cuando Jesús predicó su sermón del monte, hizo algunos cuestionamientos:
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué gracias tendréis? porque también los pecadores aman a los que los aman. Y si hiciereis bien a los que os hacen bien, ¿qué gracias tendréis? porque también los pecadores hacen lo mismo. Lucas 6.32, 33.
Desde el Antiguo Testamento, Dios dio buenas nuevas que contrastan con lo mencionado y que la gente hace cotidianamente, porque Él hizo la invitación evangélica:
A TODOS los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad, y comed. Venid, comprad, sin dinero y sin precio, vino y leche. Inclinad vuestros oídos, y venid a mí; oid, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David. Isaías 55.1,3.
Esta invitación no es para otro igual a Jesús, es para aquellos que no son dignos, para los inferiores, pero además, es para los extraviados en una vida viciosa, sucia, deshonesta, etc. Están invitados no porque sean buenos, sino porque son malos; no porque estén llenos de esperanza, sino porque están desesperados. La invitación evangélica es de gracia, es decir, gratuita, y aunque no se merezca, ya que está dirigida a quienes tienen como único mérito su necesidad y desesperación.
Aceptar la invitación es creer en el Señor Jesucristo y aceptarlo como único y suficiente Salvador. ¿Salvador de qué?, de pasar la eternidad en el infierno. Cuando alguien ya aceptó la invitación evangélica, ya es oveja de Cristo y nunca perecerá, ni nadie podrá arrebatarla de su mano. La gracia divina viene a ti, sí, no la rechaces y deja de ir directo a la eternidad en el tormento eterno. Amén.