Y ahora que nos hemos reconocido como pecadores y que hemos aceptado a Cristo como nuestro Salvador, la obra que en nosotros inició el Espíritu Santo continúa. Se deja atrás una vida llena de pecado, y el Espíritu Santo obrando con paciencia nos va capacitando día tras día, para que al fin restablecidos a la imagen de Dios podamos gozar de las bendiciones espirituales que sólo los hijos de Dios podemos gozar, a esto se llama santificación (Efesios 4.24, Romanos 6.6).
Soy uno de los rescatados que anduvo en el mundo llevando una vida de pecado. Pero ahora doy gracias a Dios, porque por su misericordia me ha salvado. Todos los días hacemos esfuerzos por dejar lo malo que aún existe en nosotros, pero no lo podemos hacer por nuestras propias fuerzas. El creyente para alcanzar la santificación necesita de una fuerza superior y es Dios quien la proporciona (2a Corintios 3.5).
La santificación es indispensable para todo cristiano, sin ella la redención no está completa. Sus nuevos hechos, su nueva vida anunciarán que es de Cristo. Debemos buscarla y pedirla con el corazón y así como al amanecer poco a poco la oscuridad de la noche da paso a la luz del día, poco a poco el creyente transforma esas tinieblas en las que andaba en luz. Dice Ezequiel 36. 25-27:
Y esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Y os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi espíritu, y haré que andéis en mis mandamientos, y guardéis mis derechos, y los pongáis por obra.
Procuremos limpiar nuestra vida con la ayuda del Espíritu Santo.